Siguiendo rutas ancestrales

El recóndito camino, transformado hoy en carretera bien trazada, añadía un centenar de curvas suplementarias a la carretera que de la costa conduce a Mungia, ruta ancestral que este viajero ha poetizado en otras localidades de estas mismas páginas. Laukiz escondía en su interior su hermandad con Gatika, siameses en tiempos pretéritos separados.

Cuando por acuerdo de las autoridades eclesiales, en 1748, la primitiva anteiglesia de Santa María de Gatika se divide en dos, por estar excesivamente alejados, los vecinos del Lauquíniz pretérito diseminados en sus caseríos por las vegas de la regata Goiartzu se apiñaron en torno a su ermita primitiva de San Martín Obispo.

Iglesia y linajes antiguos iban de la mano y el Marqués de Mortara percibía los diezmos de esta iglesia, como patrono. El Marqués casi 1.000 años después seguía ejerciendo de mayorazgo de los Butrón, linaje propietario de tierras, bienes (y hombres en su tiempo, aunque alguno lo niegue) desde la feudalidad oscura.

Lauquíniz en su sencillez no contaría mucho para aquellos jauntxos de triste recuerdo cuyo único oficio era guerrear entre ellos. Las guerras de bandos en Bizkaia tuvieron en el próximo castillo de Butrón, en la torre primera, uno de los feudos más empecinados en las peleas entre oñacinos y gamboínos. La antigüedad de la estirpe es casi mitológica y los parientes mayores se reparten el territorio a su antojo.

Lope García de Salazar, el historiador de aquellos años siniestros, nos recuerda cómo en 1407 Gonzalo Gómez de Butrón «blinda» sus propiedades conviertiéndolas en mayorazgo que cede a su hijo Gonzalo «sin part de otro». Las tierras, continúa el documento, se encontraban «en todo el Señorío de Bizkaia, desde la varra de Portugalete fasta la villa de Ondarroa e de la villa de Tavira fasta la mar de Merana según que le obi». Sencillo. El documento sirve de capitulaciones matrimoniales para el citado Gonzalo, que iba a casarse con María Alonso de Múgica.

Nada parece moverse a través de los siglos en un lugar que pese a ser «camino real» tenía que dar un rodeo enorme antes de llegar a Bilbao. La carretera de Unbe se hace después que el «complejo residencial del monte Unbe» acogiera a burgueses y comerciantes del final de los 60 en Bilbao. La mancha se ha extendido y los chalés crecen como champiñones.

Sus vecinos cambiaron las tiempos y los usos antiguos se renovaron como el «carrejo». Aquí se medía la fuerza de los bueyes de Bizkaia en unas ferias que atraían, como un santuario, a los baserritarras con los que se mezclaban esos nuevos vecinos «de ciudad» que descubrían en torno a la ruralidad unas raíces que ellos habían perdido. Negocios, apuestas y comilonas servían de complemento al akuiu que empujaba a los sufridosanimales. Los hermanos Galdós Tobalina construyeron una bella arquitectura integrada en el terreno.

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