Los mochileros se extinguen
El mito del mochilero se extingue. La afluencia a Donostia de jóvenes cargados de bolsas de lona a la espalda sigue siendo la misma que en años precedentes, pero los hábitos han cambiado.
Frente a aquellos que dormían en cualquier parte, comían lo que encontraban y se colaban en los trenes, ahora prolifera una nueva clase de turistas. Continúan llevando mochilas y sus estancias siguen sin ser muy cómodas, pero disponen del suficiente poder adquisitivo para no tener problemas para financiar sus vacaciones.
Un empleado del albergue La Sirena explica la diferencia. «Hace unos diez años, cuando los visitantes eran mayoritariamente nacionales, se podían encontrar mochileros más tirados. Pero ahora, tanto autóctonos como extranjeros vienen económicamente más preparados». Y es que ya no extraña a nadie ver entrar en albergues a grupos que sustituyen su mochila por una Samsonite con ruedas.
Estos turistas de nuevo cuño acuden a Donostia, sobre todo, en Sanfermines y la Semana Grande, abandonando el mito del mochilero que viaja sin reloj en la muñeca ni rumbo establecido.
Los dos albergues de San Sebastián, el de Igueldo y el de Ulia, han registrado en las fechas citadas una afluencia mucho mayor que durante el resto del verano. Ambas residencias ofrecen cama y desayuno por el módico precio de 12 euros la noche. Sólo imponen dos condiciones: tener carnet de alberguista y que el turista no permanezca más de tres noches consecutivas.
El problema del gasto en comida ya no preocupa tanto. Aunque los mochileros aseguran que comen muy mal, nunca se quedan con hambre. Eso sí, a golpe de bocata y hamburguesa en los bares más baratos.
Los que se acercan al albergue de La Sirena suelen bajar a comer por los locales del Antiguo. Todavía quedan algunos que se traen sus propias viandas y cocinan en el mismo albergue, pero cada vez son menos.
La nueva especie mochilera también se ha unido a la moda del móvil. Casi todos llevan uno encima. «Es que así estoy localizada y, como ya lo tenía, no lo voy a dejar en casa», dice una de las viajeras. Las edades para viajar también están cambiando. Frente a la juventud de los que antes se decidían a recorrer mundo, ahora la media es de 25 años. Salir de casa y aventurarse a conocer lugares sin medios asusta cada vez más a los jóvenes.
La seguridad de los lugares para pernoctar ha propiciado que se abandone la costumbre de cargar todo el día con la mochila. De extensión del propio cuerpo, ha pasado a ser maleta de hotel, con lo que reconocer a un mochilero se hace más difícil.
Persiste la moda, en algunos grupos, de diferenciarse por la ropa o el peinado, como el de rasta, tan en boga hoy. Pero no hay duda de que los hay de todas las clases y condiciones, desde el más pijo al más punkie. Los auténticos mochileros parecen ser una especie en vías de extinción. Pocos son ya los que se ven por las calles tratando de ganar algo de dinero con un diábolo o una flauta.
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