Un viaje a la carta
Zanzíbar es un cuento ya leído y gastado que uno no quiere nunca parar de leer. Es demasiado especial, demasiado bella, demasiado fácil y, por desgracia, quizá demasiado turística.
Final de viaje de muchos safaris, en los últimos años la isla ha crecido en oferta, en demanda y en souvenirs que se ofrecen en cada callejuela y cada playa de este hermoso lugar.
Es todo parte de un trozo de tierra en el que perderse sin viaje programado es una opción, un lujo aquí en África. Hay un Zanzíbar oculto esperando a que usted lo pueda descubrir, el suyo.
A la Isla de las Especias, donde huele a clavo, azafrán o pimienta secándose al sol, se puede llegar por tierra o por mar. Recomendamos que lo hagan por mar, aunque el paisaje es bello desde el cielo y desde el suelo. Los ferries salen desde Dar es Salaam, Tanzania, y tardan dos horas en hacer el trayecto. Allí uno puede asomarse a la cubierta y ver cómo se produce la carga en África.
Da igual que sea un autobús, un tren o un barco: bolsas y bolsas y bolsas hasta que ya no queda espacio para el aire.
Desde el balcón que es el barco verán un mar pintado en verde y azul y las tradicionales barcas swahilis, los dhow, cruzando por el horizonte. Débiles maderas con sus velas en escorzo son quizá la estampa más bella del litoral continental.
Luego, cuando el barco se acerca a la isla, contemplarán la silueta de una ciudad, Stone Town, que desde lejos parece sacada de Las mil y una noches y de cerca se descubre que así fue y que luego le cayeron cien años de olvido encima. Ese es uno de los grandes encantos de la capital, su lustrosa decadencia, su historia.
Una vez allí, comienza un viaje que bien podría terminar donde se ha llegado. Stone Town es una vieja ciudad árabe, pegada a un hermoso mar, donde la mezcla es parte de su esencia. Lo tiene todo. Por allí pasaron los portugueses, los árabes, los británicos, los alemanes y ahora toda la troupe de la aldea global. Todo eso está en, por ejemplo, su buena comida. Todos los platos de su carta tienen un toque oriental delicioso.
Lo mejor es perderse por sus callejuelas, entrar en sus viejos palacios —hoy museos— e ir a la catedral anglicana a ver el viejo mercado de esclavos. Es fácil, se hace a pie y la información es accesible. Sólo necesitan un mapa. Caminen por los callejones de piedra en los que los viejos juegan a las damas y fuman pipa protegidos por las sombras. Escuchen la llamada a la oración de las mezquitas, pues una peculiaridad de esta isla es que el 95% de la población es musulmana.
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