Sevilla con su color y su sabor especial

Lo de que "Sevilla tiene un color especial" es tan cierto como que no detenta una gastronomía específica. 

Quizás porque en el Al Ándalus llegó a ser casi tan grande, pero no tan sultana como Córdoba, y siglos después se convertiría en la puerta de ida y vuelta, alimenticia y alimentaria entre Europa y el recién descubierto Nuevo Mundo.

Por eso su cocina tiene bastante de mestizaje, de ajuste y acople que todo lo admite. Y en Alicante, concretamente en Laseda Gastro Village, gozamos ahora de una taberna sevillana con nombre de la populosa y entoldada calle de Sierpes 7, por el añadido número que aquí es homenaje familiar y societario.

Iniciamos ronda de tapas, en lo que vino a ser un menú largo y estrecho, con buen jamón cortado en horizontal como mandan los cánones, lomo de caña y chorizo de serranías andaluzas simultaneados con cebolla confitada. 

Después y aquí se nota la remembranza alicantina, esos salazones de Zahara de los Atunes entre los que destacaría como novedad una mojama con crema de queso que no estuvo mal, si bien soy de la opinión de que un buen lomo de atún en salazón no necesita más acompañamiento que su calidad.

Obviamente y como vamos para abril pedimos la ferial tortilla de camarones, el cazón (tiburón adobado), la japuta (palometa ídem) y la caballa con vinagreta acompañadas de una buena manzanilla. 

Y ya nos fuimos a un revuelto con espárragos trigueros a la granadina, de huerta porque los bancales de secano todavía no los proporcionan.

Me gustó especialmente el agitanado puchero de garbanzos con carne de "ibérico" (aunque ibéricos somos casi todos y en cualquier caso se debería presumir de tartesios). Asumiendo que la tempura se la enseñamos a los japos en el siglo XVIII, el atún no lo hubieran superado en Nagasaki, ni en Sanlúcar los langostinos en una salsa variante de nuestra salmorreta.


El rabo de toro está excelente y si no alcanza la matrícula es porque la materia prima no viene de lidia, pero se le nota guiso paciente y mimoso. 


Aunque todavía no es época, pero dicen que vendrán calores adelantados, entremedias pedimos un cordobés salmorejo con su cremosidad y espesor medidos; y por comparar, un gazpacho frío al que sólo le faltaban el patio y los geranios. 

Rematamos contundencias con un buen solomillo en salsa provenzal, acompañamiento robado por los franceses cuando trajinaron por aquí napoleónicos y cambiando reyes.

Por andar ya en primavera, nada mejor y para aligerar que una brocheta de frutas de nuestros regadíos, rematando después con el doble cremoso de chocolate que ya resulta un poco hartazgo, pero todavía cabe.

En definitiva, una buena taberna sin llegar a restaurant, que te ahorra viajes cuando quieres disfrutar de la diversa cocina andalusí con los hermanos Ortiz a la cabeza: Pablo en cocina y Eugenio en sala y sarao, que también los hay algunas noches.

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