Conoce Tocumen
Cuando uno aterriza en el aeropuerto internacional de
Tocumen no tiene la sensación de haber llegado a Centroamérica. Enormes
rascacielos se alinean uno detrás de otro a pie del Pacífico.
Panamá es una mezcla entre Nueva York, Abu Dabi y el Caribe,
con ciertas peculiaridades. Como por ejemplo, el calor y la humedad, que no dan
tregua durante todo el día.
Un buen motivo para hacer una pausa y degustar
cualquiera de sus tres cervezas bien frías: Panamá, Atlas y Balboa, la que más
cuerpo y sabor tiene de las tres.
Aunque la bebida típica de este país no es ni
mucho menos la cerveza, sino una especie de ron blanco llamado el Seco
Herrerano, un aguardiente de aquellos que van bajando por el tubo digestivo
mientras limpian todo aquello que encuentran a su paso.
Ciudad de Panamá fue la primera urbe europea erigida en la
costa americana del Pacífico, convertida hoy en Patrimonio de la Humanidad.
Pero vayamos por partes. Está la Panamá del Casco Viejo, la de los edificios de
no más de dos o tres plantas de altura, pintados de colores pastel, con techos
de uralita y paredes desconchadas por la humedad.
La de las calles angostas y
empedradas. La que rezuma solera, la de las tiendas de souvenirs, y donde
acaban todos los mochileros con presupuesto reducido. Pero también existe otra
parte de la ciudad a la que los panameños llaman, no en vano, el área bancaria,
ya que tienen allí su sede unos cien bancos internacionales.
Es la Panamá de
los rascacielos, de las avenidas de cuatro carriles al más puro estilo yanqui,
la zona de los hoteles de cinco estrellas y las tiendas chic donde pasean
hombres con traje y corbata y mujeres con vestido y minifalda de grandes
firmas, como Chanel o Gucci. Aquí es raro encontrar a alguien que lleve el
típico sombrero panameño que tanta fama atesora.
Una ciudad y dos maneras diferentes
de vivirla, aunque tienen una cosa en común: en ambas crecen las palmeras que
recuerdan que estamos en el Caribe.
Desde el casco antiguo se llega al Mercado del Marisco.
Conviene entrar a pesar del intenso olor a mar y de que el suelo resbala de
mala manera.
A primera hora de la mañana empieza el goteo de compradores,
que no cesa hasta comenzar la tarde. El ceviche listo para llevar es el rey de
las ventas. La música latina suena sin cesar a través del hilo musical. Las
pescaderas limpian el género recién traído del mar, mientras los gatos y algún
pelícano ávido de nuevas experiencias se disputan los restos.
Aquí lo más
importante es introducirse en el día a día, en la cotidianidad panameña y, de
paso, degustar un buen ceviche, un guacho de mariscos (receta típica con arroz)
o un pescado con patacones en los restaurantes anexos.
Al caer la tarde, el centro de la ciudad todavía recobra más
vida y protagonismo, en los alrededores de la Plaza Bolívar, donde varios
restaurantes y locales de estilo bohemio ofrecen en sus terrazas buena música y
excelente comida autóctona.
El Hotel Tántalo posee uno de los mejores roofbar, con
estupendas vistas del skyline de la ciudad. La gente más cool se cita allí para
tomar la primera copa. Después conviene cambiar de aires, ya que se pone a
rebosar. En cuanto a vestimenta se refiere, aquí no existe el reparo, las
faldas cortas o los vestidos ceñidos son la tónica en la noche panameña,
acompañados de unos tacones.
Además de la ciudad de Panamá y de su canal, existen otras
riquezas, y el archipiélago de Bocas del Toro es un buen ejemplo de ello. Nueve
islas, 51 cayos y 200 isletas, es decir, un must donde perderse.
En apenas una
hora y pico de vuelo uno puede plantarse en el paraíso, aunque también existe
una manera más económica, en autobús. Eso sí, el viaje será un poco más largo,
nueve horas, para ser exactos.
Bocas del Toro es el punto principal de partida para
organizar las excursiones, y el lugar donde se ubican la mayoría de los
hoteles. Aquí las chicas, casi todas esbeltas, lucen biquini durante todo el
día. Los nativos se pasean sin camiseta, luciendo bronceado y abdominales. Por
supuesto que en este lugar el gran atractivo es disfrutar de las playas.
No hay que pensar en esas extensiones de arena de nuestro
litoral llenas de tumbonas, estos son sitios donde uno todavía puede sentirse
un verdadero Robinson Crusoe.
Cayo y Zapatillas son dos islas sin habitar, totalmente
salvajes. Las palmeras se apelotonan en primera línea de mar. El agua es de un
tono azul turquesa y además está caliente. Y los peces de colores pasan a
escasos centímetros de los bañistas sin ningún atisbo de desconfianza.
La siguiente parada está hecha para los ansiosos de probar
nuevas sensaciones, como el deep-board. Es una forma diferente de hacer snorkel
en la que se va remolcado por una lancha, similar a la del esquí acuático.
Es
como si pudieras volar debajo del agua, sentirte como un pez. Llevas puestas
solo unas gafas de buceo y tienes total libertad de movimientos. Sin duda, una
experiencia gratificante para todos los sentidos y una forma única de disfrutar
en primera persona de los corales y de la fauna marina. Quienes lo prueban
aseguran que no será la última vez.
A tan solo 45 kilómetros de Ciudad de Panamá se encuentran
espacios naturales, prácticamente vírgenes, donde aún viven comunidades
indígenas como los Embera Quera. Un angosto embarcadero nos da la bienvenida al
poblado.
La aldea cuenta con dos cabañas al más puro estilo Embera,
un sendero interpretativo para aprender sobre la naturaleza de la zona y una
pequeña isla donde pueden verse monos araña, armadillos, osos hormigueros o los
tucanes, entre otros animales autóctonos.
Las mujeres van vestidas con pareos polinesios a modo de
falda y en la parte superior una especie de sujetador elaborado con cuentas de
abalorios estilo masai y monedas plateadas.
Llaman la atención los brazos de los hombres y los dorsos
femeninos, dibujados con curiosos tatuajes elaborados a partir de la tinta
derivada de una fruta llamada jagua, que según ellos les protege de
enfermedades y malos espíritus, de los insectos y de los rayos del sol.
El
mismo pigmento negro sirve para teñir el cabello de las mujeres de un negro
azabache, intenso como su mirada. Una buena forma de despedirse del Panamá más
profundo, donde el hombre moderno todavía no ha desembarcado.
Al caer la tarde, las terrazas de la Plaza Bolívar son el
mejor lugar para disfrutar de la música y la comida panameña.
En la ciudad conviven calles angostas y empedradas con
avenidas de estilo yanqui y rascacielos.
Los Embera Quera, una de las pocas tribus indígenas que quedan
en Panamá, viven a pocos kilómetros de la ciudad.
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