Esperando la televisión en color

La policía política, la Seguridad del Estado, que capturó, interrogó y fusiló a Eduardo Díaz Betancourt, se ha comprometido a ayudar a la familia a cambio de que guarde silencio y no haga comentarios ni declaraciones. No se trata sólo del televisor. Han colocado al único hijo del fusilado, Eduardo, 18 años, como aprendiz en un taller de cerámica, con un buen salario. Además, han buscado y pagado al más famoso médico de la isla para que trate a Sofía, 40 años, la esposa del fusilado, del cáncer que padece. La policía política ha puesto incluso un vehículo con chófer al servicio de Sofía para trasladarla desde su casa hasta el hospital donde recibe tratamiento, distante unos 150 kilómetros, y se ha comprometido a entregarle gratis todas las medicinas que necesite. Una generosa oferta en un país donde faltan recursos medicinales, hasta el punto de que las aspirinas sólo se encuentran en el mercado negro.

«Espero que cumplan todas sus promesas y también me coloquen a mí», asegura Celio, 32 años, hermano del fusilado. Tras un rato de charla, Celio confiesa haber pasado diez años en prisión, por delitos comunes, pero espera que la policía política le busque la ocupación prometida. La familia de Díaz Betancourt, el único ejecutado del comando formado por tres personas que el 29 de diciembre desembarcó armado en las playas de Cárdenas, vive en esa misma población, emplazada a 150 kilómetros de La Habana, muy cerca de los lujosos hoteles turísticos de Varadero. Sin embargo, Cárdenas parece encontrarse en la noche de los tiempos, con carros con caballos como único medio de transportar a la gente y grandísimas colas ante las escasas tiendas que aún tienen comida. Los Díaz Betancourt ocupan una pequeña casa de madera emplazada en la calle San Juan de Dios, en el barrio de la Fundición. 


La vivienda es tan pequeña que Elia, la madre, tiene que dormir en una cama instalada en la puerta de acceso, con el cabecero dentro de la casa pero con los pies en la calle. Sobre el fusilamiento de su hijo, Elia, divorciada y jubilada con una pensión de 55 pesos -el salario medio son 125 pesos- asegura que no entendió bien lo ocurrido. «Cuando cogieron preso a Eduardito, los policías vinieron para acá y nos dijeron que no nos preocupáramos, que le caería una condena menor. Después, el abogado nos prometió que no le caerían más de 10 años porque no había matado a nadie, ni opuesto resistencia en la detención, ni utilizado las armas». 

Para Elia lo más inexplicable es que «sólo fusilaran a mi hijo. Si los tres eran culpables, ¿por qué sólo matar a mi hijo? Creo que Fidel Castro no se atrevió a fusilar a los otros dos porque ellos tenían pasaporte norteamericano. Es una injusticia». Elia vio a su hijo en varias ocasiones mientras se desarrollaba la instrucción del sumario y el juicio. La última entrevista tuvo lugar en la mañana del día anterior al fusilamiento. «Le tenían en Villa Marista, la sede de la Seguridad del Estado en La Habana. Las entrevistas duraban dos horas y antes de entrar nos daban instrucciones. Nos decían que no podíamos hablar con mi hijo de su caso, de la marcha del proceso, ni comunicarle noticias ni opiniones políticas. Únicamente podíamos charlar sobre problemas familiares. Cómo estaba fulanito o menganito. En la entrevista estaban presentes dos agentes de la Seguridad del Estado, que tomaban notas de todo. 

Uno de ellos era el encargado de interrogar a mi hijo», relata Elia. «Creo que lo trataron bien -prosigue-, no tenía señales de haber sido golpeado. Le daban de comer. Incluso me dijo que le ofrecían café, que nosotros en la calle no tenemos. Sólo una vez nos dijo que le daban algunas pastillas. Parece ser que sedantes para dormir». La última entrevista, horas antes del fusilamiento, no fue especialmente tensa. «Mi hijo no sabía que lo iban a fusilar, aunque probablemente lo sospechaba porque al salir nos hizo un comentario diciendo que estaba preparado para cualquier cosa», dice Elia. Luego sabrían que Eduardo pasó sus últimas horas de vida escribiendo una carta de clemencia a Castro. A Elia le duele que no le hayan entregado el cadáver. «No sabemos dónde ni cómo está enterrado Eduardo. Nos gustaría darle una sepultura digna pero nos han dicho que quizá en un año o dos nos entreguen los restos, que dependerá de nuestra conducta». Ahora, los Díaz Betancourt tiene asignados cuatro agentes, encargados de orientarles, buscarles trabajo y hacerles regalos. «Nos aconsejaron -dice Celio- que no hagamos comentarios con los vecinos y que no hablemos con periodistas, pero no acabo de creerme que vayan a cumplir sus promesas y me encuentren una buena colocación».

Celio recuerda que su hermano salió de Cuba el pasado abril. «Se fue sin despedirse. Parece que se llevó en su barca a 29 personas. Nos escribió y envió fotos desde Miami. El estaba allí muy contento y no tenía intención de regresar, sino de llevarse a su esposa e hijos. No entendemos qué ocurrió». Celio admite que su hermano tuvo algunos problemas con la justicia pero que «nunca le metieron en la cárcel. Una vez le multaron porque tenía en su casa 15.000 pesos procedentes de la compraventa de plata y oro. Se dedicaba mucho a los metales preciosos, también vendía langostas a los turistas. A mi hermano, lo que le gustaba era vivir bien y tener de todo en casa, pero no era un hombre violento, ni un anticastrista visceral, ni mucho menos un espía, como dicen algunas radios de Miami». Eduardo, el hijo del fusilado, admite estar muy confundido. 

«Escribí a Castro pidiéndole que no matara a mi padre, pero mi abuela me dijo que la carta no iba a llegar a su destino. Pienso que han sido muy severos, no mató a nadie y en muchas ocasiones, gente que ha desembarcado como él, fue condenada a 10 ó 15 años. Creo que como las cosas están tan mal y en la base naval de Tarará asesinaron a los tres policías, lo utilizaron nava dar un castigo ejemplar. Pero bueno, mi padre está muerto y tenemos que pensar en el futuro. Lo que hace falta es que la Seguridad cumpla con sus promesas. ¡A ver si nos traen un televisor en color que se vea bien!».

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