Donald Trump el rey del éxito

Las cosas funcionaban bien hasta hace muy poco, pues el que anteayer era el héroe de la prensa por sus afortunados golpes en el mundo de los negocios, hoy es el muñeco donde clavan sus alfileres banqueros, periodistas y hasta sencillos ciudadanos americanos. Trump, un nombre que es la onomatopeya del éxito (en el juego del poker, «trump's card» es la carta del triunfo), ha sido desde mitad de los años setenta fiel cumplidor de aquel apotegma de Danton que decía que para vencer sólo se necesitan tres cosas: «audacia, audacia y más audacia».

«Durante una década Trump ha sido el Rey del Exito», decía recientemente un periodista de Newsweek. «Construyó casinos suntuosos, y hermosos edificios de apartamentos, compró los hoteles más famosos del mundo y hasta toda una flota de aeronaves. Además imprimió su nombre en cada un de ellos. Llegó a presumir de educar a toda América con el libro «The art of the Deal», y lo convirtió en uno de los más vendidos». Lo que el periodista no se podía creer es que, repentinamente, Donald Trump se convirtiera en una gran lección de humildad para los americanos al demostrar que toda esa fortuna que vino con él se fue con él. «Vives para el éxito, y morirás por el éxito», le decía a Trump hace unos años, un banquero amigo suyo. Donald Trump empezó en el mundo de los negocios guiado por su padre en 1968. Acababa de estrenar su licenciatura económica por Wharton School (cuartel general de los econometristas, bajo la dirección de un premio Nobel). 


Trump había sido en su juventud un chico con cara de anuncio de dentífricos, buen estudiante y buen soldado. Se graduó en 1964 en la Academia Militar de Nueva York. Su estreno en el mundo de los negocios aconteció el mismo año en que había obtenido su diploma universitario, interviniendo en una serie de compraventas de edificios en Brooklyn. Pero su gran estreno sobrevino en 1976, cuando se arriesgó a comprar un hotel en mal estado llamado Commodore, que tardó cuatro años en remozar. En 1980 lo abrió de nuevo con el rutilante nombre de Grand Hyatt. Convencido de que lo suyo era el mundo inmobiliario dio su gran paso en 1982 cuando se lanzó a la construcción de la Torre Trump, un edificio de superlujo con paredes de mármol rosado que le costó 200 millones de dólares.

Trump había descubierto que mientras más fanfarrón y monumental fuese su estilo, más fácil era meterse a los banqueros en el bolsillo. Estos no dudaban entonces en poner a disposición de Trump cantidades siderales de dinero sólo por la satisfacción de sentirse como Nabucodonosor cuando construía su palacio. La palabra favorita de Trump era «calidad», que, aunque no era una idea muy original, por lo menos logró asociarla a su apellido y a la rentabilidad. De esta guisa, Trump pensaba que, dada su creciente fama, nada mejor para engordarla que bautizar sus proyectos con su nobre. Así se veían aviones Trump, casinos Trump, y hoteles Trump. Incluso, el yate que compró a Kashoggi, el célebre Nabila, fue rebautizado como la Princesa Trump, para uso y disfrute de su sofisticada mujer Ivana. Los japoneses creían encontrar una enorme satisfacción a sus inversiones cuando compraban o alquilaban un «apartamento Trump». 

Para ellos, visitar uno de los esplendorosos hoteles del magnate, era casi tan vistoso como fotografiar la estatua de la libertad. Su eclipse comenzó cuando hizo una oferta de adquisición de acciones hostil por American Airlines en 1989. Luego retiró la oferta, pero no pudo dejar de perder 100 millones de dólares en bolsa. Aquello sólo fue el inicio del crepúsculo. Pocos meses después, una columnista llamada Liz Smith reveló que Donald Trump estaba atravesando problemas maritales debido a sus escarceos con Marla Maples, una despampante modelo que aparecía como «la otra mujer». A partir de ahí, la caída fue muy dura. Los bancos le retiraron su confianza. Los constructores demandaron sus minutas y los obligacionistas le pedían los intereses de una emisión de bonos para financiar sus nuevos casinos en Atlantic City. 

Hoy, Donald Trump, es una leyenda americana llena de deudas. Tiene que pagar 2.000 millones de dólares a los bancos sin contar 30 millones de dólares en intereses a sus obligacionistas. ¿Es su fin?

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