Los niños que vieron caer las Torres Gemelas

Los niños tienen un instinto especial para oler la tragedia. Los niños corrieron ayer, asustados, hacia su madre, cuando escucharon aquel avión volando bajísimo, tanto que hizo temblar los 32 pisos del edificio donde vivimos. «¿A dónde va ese avión, mamá?». Segundos después, la explosión.

Desde la terraza de casa podía verse la Torre incendiada. La madre hizo todo lo posible por que los niños no la vieran y los empaquetó para ir al cole. Por el camino vieron la humareda negra a lo lejos: la miraron con extrañeza.

Los niños estaban ya en clase cuando escucharon otra potente detonación. Los profesores se miraron aterrados e hicieron lo posible por aplacar el miedo de los pequeños. Los padres llegaron despavoridos poco después y se los llevaron raudos bajo techo, en medio de un ulular de sirenas.

Al volver, los niños se asomaron a la ventana y miraron con perplejidad las nubes negras. El mayor cayó en la cuenta de que las Torres Gemelas no estaban. Con sobrecogedora ingenuidad preguntó a su padre, que poco antes acababa de aterrizar: «Papá, ¿por qué has tirado las Torres con tu avión?». Sentí, como millones de americanos, el escalofrío del horror.

Los niños no entendían el porqué de ese pandemonium de ambulancias, bomberos y coches de policía. Todos los esfuerzos por intentar mantenerles al margen de la tragedia fueron inútiles. Las televisiones ofrecían a todas horas las aterradoras imágenes del avión que ellos oyeron. Y el humo seguía entrando por la ventana.

Dejó de funcionar el metro, huyeron los taxis, cerraron las tiendas. Desaparecieron del mapa los niños que un día luminoso como el de ayer habrían tomado al asalto los parques de Manhattan. Los nubarrones cubrieron parcialmente la Estatua de la Libertad. Los niños miraban con cariño hacia la otra Torre, el Empire State, y preguntaban si también se iba a caer.

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