La verónica inmortal de Victoriano
Las dos últimas semanas he tenido un inusitado contacto con la familia de Victoriano, su padre, el genio trágico de la verónica inmortal: almuerzo con Javier, su hermano y con César en Colmenar Viejo, en la Peña El Rescoldo; invitación de Rocío de la Serna a una exposición en la Galería Twin, uno de los focos de la modernidad de obra gráfica. No podía presentir que estos días con la familia La Serna, culminaran de forma tan luctuosa. Peñuca, 78 años, era un ejemplo de vitalidad burbujeante.
Sus retratos tienen una singularidad: el ritmo, movimiento aterciopelado. En ellos hay un sentido de la armonía torera en sus distintos tiempos. Pero la pintura taurina no es la única de Peñuca. Recuerdo hace bastantes años una muestra conjunta con Conchita Cintron. Dibujos de la rejoneadora y cuadros de Peñuca entre el abstracto de unos fondos marinos y el surrealismo, apenas insinuado, de una realidad presentida y reinterpretada líricamente.
Peñuca de la Serna casó con el crítico taurino Vicente Zabala Portolés con el que tuvo tres hijos: Victor, torero, y dos periodistas, Verónica con la que siempre mantuve la devoción por Curro Vázquez y Vicente. Como aficionada tenía criterio, discernimiento y fidelidades inquebrantables. Y rechazos inquebrantables también; una idea del ceremonial y el rito, de la pureza lidiadora, de la imagen del torero dentro y fuera de la plaza.
Mis recuerdos la sitúan preferentemente en Donosti, la Aste Nagusia, e Illumbe. Cenas de larga sobremesa; los desayunos en la terraza del Anoeta, con los periódicos sobre la mesa, comparando, subrayando y, a veces, despellejando, en confidencia, críticas y comentarios. Ha muerto Peñuca, un referente de aficionada. Los ojos más bellos de la torería. ¡Adiós, guapa!
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