Gonzalo Juanes enamorado del color

No fue su profesión, pero si le dedicó su vida. Fue perito industrial, pero la pasión por la fotografía hizo de él uno de los referentes de este arte en España, a pesar de que siempre ha sido, y así a él le agradaba, un gran desconocido para el público. Cuando el color llegó, Gonzalo Juanes se sintió prendado y no se lo pensó. 

Abandonó aquel blanco y negro con el que tantas veces había retratado la posguerra y lo hizo con tanta convicción y entrega que incluso llegó a deshacerse de todo el trabajo que había hecho hasta entonces. Tirarlo para poder empezar de cero, dijo años después. Pero no lo tiró, se lo vendió al primero que pudo. Ya no lo necesitaba. La vida era para él de colores y así debía ser retratada. La película de diapositiva en color le permitió no hacer más tareas de laboratorio, que aborrecía. Fue un adelantado a su tiempo, lo que entonces no le supuso reconocimiento, ni dentro ni fuera de la profesión. Llegaría tiempo después.

Había comenzado con la cámara de su padre y aprendió solo poco a poco. Tenía 18 años. Le atraía la mecánica de la fotografía. Y en esa pasión encontró almas similares en el grupo AFAL, la Agrupación Fotográfica Almeriense, junto a nombres como Ramón Masats, Oriol Maspons, Gabriel Cualladó o Carlos Pérez Siquier. Junto a ellos su técnica fue mejorando. Influido por Irving Penn o William Klein, Juanes se fue haciendo, sin quererlo, un hueco en el panorama nacional. Tanto que muchos vieron en él un adelantado a su tiempo que había llegado a un terreno no pisado hasta entonces por los fotógrafos españoles. Se sentía libre, como él mismo reconoció en muchas ocasiones, para hacer lo que le agradaba, sin ataduras.

Le gustaba lo cotidiano, retratar a la gente en el día a día. Las calles y los rincones de Madrid y Gijón fueron sus preferidas. También las escenas familiares y los paisajes y las fiestas...incluso su estancia en un hospital. La llegada de la era digital no le fascinó, tenía para él demasiadas posibilidades de modificar la realidad. Consideraba que una buena imagen no había que tratarla. Y cada una tenía su por qué, por eso nunca se sintió capaz de elegir entre ellas. Entre otros reconocimientos en 2008 la editorial La Fábrica le incluyó en su colección Photobolsillo junto a los nombres más influyentes de la fotografía en España. 

Dos años después le llegaría otro más emotivo: un homenaje de sus compañeros con la muestra El color de la vida. Setenta años después de su primera fotografía algunas de sus imágenes han podido verse en el museo Nicanor Piñole de Gijón, su ciudad natal.

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