El jazz devuelve a San Sebastián lo que esta le da

La electricidad de John Scofield golpeaba la piedra de la plaza de la Trinidad y en el medio del contraste sonoro se definía la esencia del Heineken Jazzaldia. El de San Sebastián es un festival que, efectivamente, tiene un pie el ayer y otro en el mañana, ofreciendo sobrados argumentos a su programación panorámica y poliédrica. Después está su gran sentido de la responsabilidad cultural, que pivota sobre una gestión que nace y muere en el ciudadano, porque sus organizadores lo que hacen es, sencillamente, devolver a la ciudad lo que ésta le da.

El Heineken Jazzaldia ya piensa en las bodas de oro que celebrará el año que viene, cinco décadas de impecable compromiso con el jazz, la cultura y la ciudadanía. Hoy es uno de los pocos festivales donde el porcentaje de conciertos gratuitos es meritorio (70%), incluyendo propuestas de primer orden. También es un festival que ha crecido con la calle, y por eso ha experimentando y experimenta una evolución normal, la que se da sobre el asfalto diario. Al término de su edición, los datos son contundentes: 140.000 espectadores han asistido a sus 112 actuaciones programadas, de las cuales, 78 eran gratuitas...

El proyecto eléctrico-funky Überjam de Scofield fue de lo mejorcito de estos días, agitando una coctelera de emociones enclavadas en el corazón de la modernidad jazzística mejor entendida. Se sabe –y se ha dicho reiteradamente– de su pasado con Miles Davis, pero una vez más hay que invocar al legado heredado del trompetista, que hoy le convierte en una referencia ineludible para entender esta música. Lo mismo pasa con otro escudero de Miles, Dave Holland, también presente este año en el festival con una versión electrificada de su pensamiento jazzístico, vertebrado en torno al cuarteto Prism, en el que milita el guitarrista Kevin Eubanks. Su apuesta no alcanzó el arrebato, pero sí la gloria en muchos de los pasajes, sobre todo de aquellos que miraban al blues a la cara. Lástima que el pianista y organista Craig Taborn no tuviera más protagonismo, y lástima también que el técnico de sonido no tuviera su noche. Eso sí, Eric Harland, parapetado tras su batería, estuvo inconmensurable, como el patrón.

Otro de los momentos sublimes llegó con el soplo erudito y científico del trompetista Wadada Leo Smith, que regresó una vez más al Teatro Victoria Eugenia para hacer música audaz y con causa propia, la que encierra esa suite inspirada en la lucha por los derechos civiles llamada Ten Freedom Summers. Su recital, a medianoche, nos alumbró un mañana que en este festival también nos anticiparon maestros como Muhal Richard Abrams y, a su manera también, la Sun Ra Arkestra que ahora comanda el histórico saxofonista y flautista Marshall Allen, miembro original de la Sun Ra Intergalactic Arkestra. Es cierto que a esta legendaria maquinaria orquestal avanzada se le adivinan las ideas, pero en su quehacer ocre se reconocen todos los colores del futuro que le aguarda al jazz. Además, en sus espectáculos incluyen danzas y vestimentas africanas, para hacer su verdad más redonda y completa.

Por otra parte, entre las propuestas con el jazz fijado en el retrovisor el festival destacó las remitidas por ese dúo de piano y contrabajo formado por Chick Corea y Stanley Clarke, la cantante Dee Dee Bridgewater, el vocalista Bobby McFerrin, el trompetista Enrico Rava o el cuarteto del saxofonista Lew Tabackin y la pianista Toshiko Akiyoshi, esta última, por cierto, Premio Donostiako Jazzaldia de este año. Menos convincente resultó la comparecencia del trompetista Nicholas Payton y L'Instrumental de Gascogne, cuya revisión del Sketches of Spain de Miles Davis y Gil Evans nos llegó algo descorazonada.

Las sesiones de medianoche del Museo San Telmo también resultaron un éxito, gracias al concurso de jazzistas nobles como el pianista donostiarra Iñaki Salvador y el saxofonista polaco –aunque residente en Vizcaya– Andrzej Olejniczak; hubo aficionados que en la noche del pasado viernes se quedaron sin ver a la pareja por falta de aforo libre. Del mismo modo, y aunque con un componente bucólico, la oferta matinal del trío del pianista Eric Reed en el Basque Culinary Center, haciendo alta cocina jazzística, se saldó con magníficos resultados, los mismos que los obtenidos por la Orchestre d'Hommes-Orchestres, una irreverente formación teatro-musical que, en su segunda comparecencia en el Jazzaldia, se empleó a fondo para agitar canciones de Kurt Weill.

Y por segundo año consecutivo también, el festival paralelo dirigido al público infantil, el ya famoso Txikijazz, obtuvo un buen refrendo por parte de las familias y los más pequeños. Así, los niños y las niñas participaron en toda suerte de talleres de música y danza impartidos por artistas y grupos de altura como René Marie, Joseba Irazoki, Mac Jeara's Band, Rock’n’ Kids Band y el Aula de Música de la Orquesta Sinfónica de Euskadi.

Las terrazas instaladas en la trasera del Kursaal y el Nauticool volvieron a ser un hervidero de gentes a última hora de la tarde, entregados al disfrute de un crisol de músicas regadas por la cerveza patrocinadora del festival, que un año más apeló al consumo responsable gracias activando iniciativas como la instalación de una app simuladora de conducción en la playa Zurriola.

El Heineken Jazzaldia ha echado el cierre a una edición en la que el runrún de su 50º Aniversario el año que viene se ha dejado notar. Esto es: mañana más y mejor.

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