Las miserias humanas y la ciencia
No pasa día sin que nos alcance alguna noticia esperanzadora o, simplemente, desconcertante, proveniente de una investigación médica que está alargando la expectativa de vida humana más allá de lo que, de momento al menos, puede aceptar la observación sociológica. Los injertos son ya prodigios cotidianos y su técnica ha hecho posible -ahí tienen el caso de Abidal- que un sujeto portador de un hígado trasplantado participe en partidos de fútbol de alta competición. Suelo permitirme escarceos por medios como el The Lance o el The New England Journal of Medicine de los que rara es la vez que no salgo con los pies fríos y la cabeza caliente, tal es la portentosa velocidad que llevan los sabios.
En mi última visita al último citado tropiezo con la bizarra experiencia ideada por los gastroenterólogos de 'injertar' por medio de colonoscopia materia fecla de persona sana en el colon de pacientes afectados por in fecciones resistentes, muchas veces nosocomiales, tales como la provocada por el Clostridium difficile, rebelde a los antibióticos, idea no poco coprológica que, en todo caso, parece haber demostrado su éxito de manera masiva. Sostienen esos sabios que semejante audacia y, más en general, la manipulación de los microbios habituales de nuestras mucosas podría acabar constituyendo la mejor expectativa de la medicina del siglo XXI.
Está claro que la Ciencia no se corta un pelo a la hora de expandir su imaginación sobre las grandezas y las miserias humanas, incluyendo las más despreciables y es seguro que el 90 por ciento de pacientes sanados con el procedimiento descrito no ha de hacerle ascos a la nueva metodología. No somos nadie aunque siga siendo cierto que algunos menos que otros.
Resulta fascinante internarse en esta sabia selva de pioneros del bienestar para comprobar la desacomplejada actitud de unos investigadores que saben que no tienen enfrente peor dificultad que el mismo prejuicio, sobre todo en terrenos de la medicina de implantes y en el incipiente de la medicina genética, tan lejanos ya de las fenomenales elucubraciones hipocráticas o galénicas como del propio pragmatismo de la medicina llamada hasta hace poco 'moderna'. El prodigio que comento tuvo éxito en el noventa por ciento de los pacientes tratados y eso es algo que no deja resquicio para el escrúpulo. Por el contrario, fuerzan a admirar más aún la audacia de unos investigadores por completo desligados de las convenciones sociales.
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